Cuidar nuestros montes es cuidar nuestro futuro
Cuidar nuestros montes es cuidar nuestro futuro
Agosto vuelve a teñirse de gris y rojo. Gris por el humo, rojo por el fuego que devora nuestros montes, nuestros paisajes y nuestro futuro. Una escena repetida, casi normalizada, que deberíamos dejar de aceptar como inevitable.
Las llamas arrasan no solo bosques, sino también explotaciones ganaderas, viñedos, cultivos, hábitats naturales, recuerdos y raíces. Y mientras tanto, ¿qué hacen las administraciones? ¿Qué dicen los políticos? Lo de siempre: se echan las culpas unos a otros. Señalan al clima, a los "eventos extremos", al viento, a la casualidad. Pero no se atreven a mirar de frente al problema estructural: la dejadez institucional, la falta de gestión forestal y el abandono del mundo rural.
Sí, el cambio climático está ahí. Es real, grave y urgente. Pero no todo se explica ni se justifica por él. Hablar exclusivamente del clima se ha convertido, para muchos, en una forma cómoda de eludir responsabilidades. Como si todo fuera cosa de la naturaleza y no de las decisiones humanas que se han ido acumulando año tras año.
Porque cuando un monte arde, muchas veces lo que está ardiendo es la consecuencia de años de abandono, de no limpiar, de no gestionar, de no apoyar al campo, de no fomentar la actividad rural ni cuidar el territorio. Y detrás de ese abandono, también hay intereses.
Es duro decirlo, pero a veces el fuego allana el camino. Quienes conocen el terreno saben que tras los incendios no es raro ver cómo surgen proyectos de parques fotovoltaicos, extracciones mineras o infraestructuras que, curiosamente, no podrían haberse desarrollado con el monte intacto. Es legítimo apostar por energías renovables, claro que sí, pero no a costa de arrasar el entorno natural o de aprovecharse de tragedias medioambientales para imponer megaproyectos sin consenso local ni planificación sostenible.
La llamada "transición ecológica" no puede convertirse en una excusa para destruir más territorio, ni para desplazar aún más a quienes todavía sostienen con esfuerzo y sacrificio la vida rural. Necesitamos políticas que verdaderamente protejan el medio ambiente y el equilibrio social, no que lo utilicen como escudo para otros fines.
La solución no está en más discursos ni en promesas huecas. Está en una gestión forestal seria, en el impulso de la ganadería extensiva, en el apoyo a la agricultura de proximidad, en la defensa de nuestros viñedos, en el respeto a los ritmos del campo y en la revalorización del mundo rural como pilar de nuestra sociedad.
El monte no necesita solo protección, necesita presencia humana consciente y comprometida. Necesita manos que limpien, que trabajen, que cuiden. Necesita inversión, atención y una mirada larga, no cortoplacista.
Porque cuidar nuestros montes es cuidar el agua que bebemos, el aire que respiramos, la comida que ponemos en la mesa y la tierra que heredarán las próximas generaciones.
No es una lucha contra la naturaleza. Es una lucha contra la desidia, el oportunismo y la hipocresía.